Oda a mis canas

El camino de la desprogramación es infinito. Tantas cosas que no nos gustan de nosotr@s, sin cuestionarnos a qué es debido. Y muchas veces lo llevamos en silencio como una carga más del día a día acoplada a nuestra historia.

El 2020 ha sido un regalo en todos los sentidos. Me ha permitido conocerme más sin proponérmelo y confirmar que todavía queda trabajo por hacer. Por todo eso, decidí crear una Oda a un aspecto de mi persona que me tenía esclavizada de manera inconsciente.

No me permitía verlo como algo bonito y positivo, o simplemente que no me crease malestar. No me lo permitía porque en mi entorno y en el de muchas personas se veía como algo negativo.

Me llevó mi tiempo y muchas inseguridades hasta que me di cuenta que no es tan malo como dicen en los anuncios.

En febrero de 2021 decidí dar el paso que me apetecía, el salto dió un poco de vértigo, pero mereció la pena.

Entonces sentí que quería dedicarle unas palabras, como símbolo de reconciliación con esa parte de mí.

 

 

Ahí va…

 

Por 16 años te odié, solo verte asomar ya me hacía enfadar. Me tenías cansada de tener que verte y me obligabas a hacerte desaparecer.

Eras signo de vergüenza a mi temprana edad, excusa perfecta para acomplejarme. La gente se asombraba cuando supieron que existías y eso me suponía malestar.

Para no escuchar comentarios y no sentir que me odiaba, cada dos semanas te intentaba tapar.

 

 

Cómo un aspecto de tu imagen, puede minar el estado de ánimo…

 

Entonces el mundo paró y tuve que verte más de lo habitual. Pero mi enfado ya no era tanto, porque nadie te veía y yo me iba sintiendo menos mal.

Poco a poco te fui observando con calma, hasta que un día te vi de forma diferente.

Esos destellos de luz en mi cabeza me empezaban a parecer interesantes, divertidos y por qué no, ¡mágicos!

Y te empecé a ver con ojos más amables, una relación diferente, porque ahora era una cuestión entre tú y yo.

Se me pasó por la cabeza dejarte ser, pero el peso del qué dirán me superaba y volví a esconderte. No podía dejar que los demás hablaran.

A partir de ahí no paré de pensar en que a mi sí me gustabas y cada vez más.

Hasta que encontré el valor para hacer lo que me apetecía y que el mundo nos viera juntas.

En el momento que tomé la decisión, sabía que no podía apagar esos destellos, porque estaba apagando mi propia luz.

 

 

Discúlpame, desde pequeña me dijeron que tenía que odiarte y tú no me habías hecho nada.

 

Lo que no me dijeron es que odiándote, me estaba odiando a mi misma.

Mi autenticidad en manos ajenas. Gustos cuestionables que hay que repasar para saber si me pertenecen o le pertenecen a esta sociedad.

Y sentí la necesidad imperiosa de pedirme perdón, por tapar mi brillo para que el resto me viera bien.

Y me perdoné. Porque entendí que no es mi culpa haber nacido en un lugar que no acepta la naturalidad.

Una nueva yo se despliega de la crisálida queriéndome tal cual soy, y viéndome bonita en cada peculiaridad.

Esta vez mis alas son más grandes, para volar más lejos del juicio proveniente de donde se encandilan con mi luz.

Deseo que vayamos de la mano, disfrutando del camino, siendo más esencia.

Una nueva etapa comienza, con una nueva yo.

 

Fin.

 

En mi caso son las canas, ¿a qué le dedicarías tu Oda? Pienso que a veces compartir este tipo de cosas ayuda a dar el empujocito que justo a otra persona le falta para dar el paso.

 

Te animo a escribirla, ni te imaginas el efecto que tiene como ejercicio liberador.

 

Y si te apetece compartirla, me encantará leerla. 🙂

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